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viernes, 1 de mayo de 2009

Los santos de la vida diaria

La santidad no es un privilegio de pocos. Tampoco los santos son seres perfectos, sin errores ni pecados. Ellos pueden estar más cerca de lo que nos imaginamos, incluso a la vuelta de la esquina.

Ser considerados inocentes o “caídos de la mata” es a veces una ofensa. Nadie quiere ser objeto de burlas y ser santos, para muchos, significa no saber nada de la vida, ser puro e inmaculado. Poseer una inmensa capacidad de sacrificio físico, además de no tener vida nocturna, no fumar, no beber alcohol ni decir malas palabras… Así opinaron 91 lectores consultados por este Diario.

Y es que la santidad dejó hace años su cetro de reina. De ser la virtud más anhelada por millones de personas a ser un privilegio exclusivo de gente iluminada, elevada a los altares. Supuestamente la santidad carece de herramientas para vivir en una época tan sexualizada, y ausente de valores como la nuestra. Los santos conocidos hasta hoy fueron gente que murió en siglos pasados. Cristianos que se azotaron, flagelaron, martirizaron y con ello, alcanzaron la gloria de Dios.

Ecuador nuevamente habla de santidad. Fue “la Narcisita de Nobol” quien puso en boca de todos, uno de los temas top del momento. Los ecuatorianos ya tienen una santa más canonizada por el papa Benedicto XVI, sin embargo, ¿qué pasó con el resto de santos? ¿Dónde están? ¿Viven aún?

Los mejores

Todos estamos llamados a ser santos y sin necesidad de ser puros, perfectos o ‘caídos de la mata’. Sí, sí, lo leyó bien: todos los seres humanos podemos ser santos… Claro, si así lo queremos. El padre Roberto Pazmiño, sacerdote católico, explica de forma sencilla el significado de la verdadera santidad. “Hacer por amor perfectamente lo que tenemos que hacer, volviendo extraordinario nuestros deberes ordinarios”. Es la santidad de la vida diaria. Levantarse cada día con un firme propósito: hoy ser mejor persona que ayer. Procurar no cometer los mismos errores de antes ni ceder a las constantes tentaciones.

El mejor gerente, la mejor secretaria, el mejor guardia, la mejor ama de casa, el mejor albañil, los mejores padres; ellos son los santos del tiempo actual. Pazmiño comenta “que la mala difusión a través de los años, hizo que la gente creyera que los santos eran aquellos que se latigueaban y se martirizaban por amor a Dios”. Explica que tampoco se debe criticar las creencias de antaño, pues muchos santos sí prefirieron dolorosas penitencias, a fin de expiar sus culpas y las del mundo. Como queriendo retribuir en algo el sacrificio de Jesucristo en la cruz.
Para el sacerdote, la santidad se ve materializada en el amor al prójimo. Nada tan sacrificado, pero tampoco tan sencillo.

Dos virtudes

Uno de los sacrificios para ser santo es el silicio espiritual. Soportar al compañero antipático, ayudar al necesitado, estar siempre a disposición del otro, desbordar “nuestro espíritu de amor”. Caridad y amor, dos virtudes esenciales para los cristianos, son según Pazmiño, los pilares para alcanzar la santidad.

“Caridad no es dar, sino darse. Fácil es dar, difícil es darse al otro y a tiempo completo”, comenta Pazmiño. La perfección cristiana es la lucha contra las tentaciones del pecado. El santo comete pecados como el resto de personas, pero es su constante lucha contra la tentación lo que lo santifica. El mal siempre estará presente, aunque se pelee contra él día a día.

Opina que existen dos tipos de personas: las que caen fácil en tentación y las que luchan contra ella. Incluso si caen, saben levantarse. Nadie puede decir que no es tentado, pero sí que se esfuerza por salir airoso. “La gracia de Dios no arranca lo torcido que tenemos aunque sí nos ayuda a no claudicar, para que lo torcido no venza”.

La santidad de la vida diaria es proponerse a diario (valga la redundancia) ser mejor en todos los aspectos. Cada quien está consciente de sus fallas, del mal comportamiento, las mentiras, infidelidades, desprecios, caídas. El padre José Kentenich, sacerdote alemán, fundador del movimiento de Schoenstatt, decía que era preferible elaborar una lista escrita de nuestros pecados, pues la memoria falla. Hacer un horario espiritual “en que cada noche antes de acostarnos analicemos nuestro día. Lo bueno y lo malo. Ser conscientes de nuestros errores reincidentes. De qué pecado nos es difícil no cometer. Trabajar por una santidad diaria”.

Los escogidos

Para el doctor Patricio Hidalgo, especialista en teología, la santidad es un tema complicado. Dios es el santo por excelencia y es quien regala la santidad desde la fe cristiana. Hidalgo señala que los hombres convencidos por Su amor, anhelan actuar como Él actuó, obrar como Él obró. Ser auténticos hijos suyos, pues la santidad no es un don para unos pocos escogidos. “Es sencillo acercarnos a Él, porque no es un Dios abstracto”, acota.

Según el teólogo no hay seres sin pecado ni perfectos. El mismo hecho de estar en el mundo, implica piedras en el camino que “nos hacen caer”. Para ser santos solo “debemos actuar con amor y buscar el crecimiento espiritual, ya que Él nos ama como somos”. Tampoco afanarse con la perfección, pues esta es propia de Él.

Separación

La santidad es separación, comenta Miguel Lecaro, “Es cuando uno se convierte a Cristo y se separa del mundo”, acota, ya que el cristianismo no es una religión sino una forma de vida. La santidad diaria es un proceso que separa al hombre de lo mundano, por eso a los primeros cristianos se los llamaba santos.

Cualquiera puede ser santo, si así lo desea y pone en Dios toda su fe. Al igual que los otros entrevistados, Lecaro también señala que ser santo no significa ser perfecto. La conversión va separando al individuo poco a poco de lo malo. Lo convierte en un hombre nuevo. Tal como aparece en primera carta de San Pedro 1, 15-16: “Si es santo el que los llamó, también ustedes han de serlo en toda su conducta, según dice la Escritura: Sean santos, porque yo soy santo”.

Tal vez nadie acuda a ellos a elevar plegarias, menos aún les prendan una vela suplicando favores. Sus nombres no están en los altares y posiblemente nunca lo estén. Nadie elabora estampas con sus fotografías y ninguna venia se hace ante su presencia. Son los santos de la vida diaria, gente común y corriente, que se propone cada mañana ser mejor persona y defender sus creencias. Seres imperfectos que se esfuerzan por hacer extraordinario lo ordinario. Quizás su amigo, su vecino, su empleado o su esposa, en fin, como decía Santa Teresita del Niño Jesús: “solo El que tanto nos Ama, lo sabe…”.


De la Revista del Diario “El Universo”, de Guayaquil (Ecuador) del 8/07/2007
Texto: Alexis Gómez

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