Jesucristo nuestro Señor nos viene a hablar hoy de humildad, de mansedumbre y de servicio: "Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas"...
¿No es un mensaje ya trasnochado y pasado de moda?
¿Acaso el que triunfa, hoy en día, no es el hombre "fuerte", el "grande", el poderoso?
El pequeño, el débil y el humilde ni siquiera es tomado en cuenta; más aún, muchas veces es ridiculizado y marginado.
En el Evangelio de la fiesta del Sagrado Corazón, se nos presenta Jesús en oración bendiciendo a su Padre:
"Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado los misterios del Reino a los sabios y a los poderosos, y se los has revelado a los pequeños"
¡Qué contraste tan abismal!
Pensamos que las gentes felices del mundo son los ricos, los poderosos, los grandes, los fuertes y los sabios.
Parece que Él va siempre "en sentido contrario", contra corriente.
Jesús siempre se presentó así: manso y humilde.
Después de la multiplicación de los panes, cuando la muchedumbre quería arrebatarlo para hacerlo rey, Él se les esconde y se va solo, a la montaña, a orar.
Y cuando curó al leproso de su enfermedad inmunda o devolvió la vista al ciego de nacimiento; cuando hizo caminar al paralítico, curó a la hemorroísa, resucitó a Lázaro o a la hija de Jairo, no se dedicó a tocar la trompeta para que todo el mundo se enterara...
Y, finalmente, cuando se decide a entrar triunfalmente en Jerusalén, no lo hace sobre un alazán blanco o sobre un caballazo prieto azabache, rodeado de un ejército de vencedor, sino montado en un pobre burrito, que era señal de humildad y de paz.
¡Aquí está la verdadera grandeza: no la del poder, sino la grandeza de la humildad, de la mansedumbre y del servicio!
La persona humilde goza de una paz muy profunda porque su corazón está sosegado.
Ese yugo y esa carga se refieren a la cruz que tenemos que llevar todos los seres humanos.
Pero Cristo nos llena de paz y de felicidad en medio del dolor porque su presencia y su compañía nos bastan y nos sacian.
Él es nuestra paz.
ADSUM!
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