I Domingo
Cuaresma
Deut.
26,4-10; Rom 10, 8-13; Lc 6, 17. 20-26
«Jesús,
lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días,
el
Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo»
17 Febrero 2013 P. Carlos Padilla Esteban (*)
«Cuando
somos pacientes comprendemos que las horas son una oportunidad para vivir.
Aprendemos
a mirar con misericordia nuestros propios errores y los de los demás»
P. Carlos Padilla Esteban |
Con paciencia
queremos recorrer los cuarenta días de esta cuaresma. Al comenzar nos parecen
muchos. Queremos ya vivir la Pascua y contemplar a Cristo resucitado. Nos molesta
tener que recorrer el camino del desierto y acompañarle en los días de la Pasión. Con el paso de
los días, sin embargo, sentiremos que el tiempo se nos escapa de las manos. Sabemos
que los enfer-mos lo que siempre tienen es tiempo, es lo que les sobra. A los
que tenemos
salud siempre nos
falta tiempo para todo. Quisiéramos aprender a vivir disfru-
tando el tiempo, sin
prisas, sin tener que correr de un lado a otro. El tiempo de
cuaresma nos obliga
a detenernos. ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?
¿Dónde nos encontramos?
Escuchamos en nuestro interior: «Detente y busca a
Dios en el corazón». Y lo hacemos para
buscar su querer, ese deseo de Dios para nuestra vida. Respondemos con las palabras
del salmo:«Acompáñame,
Señor, en la
tribulación. Tú que habitas al amparo del Altísimo di al
Señor: - Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti. No se te acercará la
desgracia, ni la plaga lle-gará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado
órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que
tu pie no tropiece en la piedra; cami- naras sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré
porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré». Sal 90,1-2.10-11.12-13.14-15. En el Señor queremos
descansar por el desierto de esta cuaresma. No tentamos a Dios. Confiamos. La
ceniza que hemos recibido nos recuerda que somos polvo y que volveremos al
polvo. Nos hace tomar conciencia de lo rápido que pasa el tiempo. No somos
nada. Y somos todo. No importa nada y claro que importa lo que hacemos con
nuestra vida. Es necesario que Dios convierta nuestro cora-zón. No da todo
igual. La ceniza nos recuerda que lo esencial pasa desaperci- bido a los ojos y
sólo se ve con el corazón. La ceniza no es nada y lo es todo. Es el recuerdo
imborrable del amor de Dios. Su bendición. Porque el Señor ama nuestra nada. Se
entrega por el polvo que volveremos a ser y nos ama soñando con nuestra vida
eterna.
La Cuaresma es un
tiempo propicio para dar un salto de fe y cambiar de vida. Y es que nos viene
bien que haya algún cambio. No basta con pasar un paño quitando el polvo de la superficie. Es
necesaria una limpieza más profun- da del alma. Nos hace falta movernos porque
con frecuencia nos dormimos. El primer paso para dar el salto de fe «es purificar el amor que
a través de la cruz se vuelve verdadero, auténtico, puro»1. Por eso caminamos
por el camino de la
Cuaresma. Para encontrarnos con el Señor llevando la cruz a
cuestas, sobre
sus hombros, con el
dolor del cansancio y el desprecio en el alma. La cruz purifica, sí, nos hace
más conscientes de lo importante y nos permite desechar lo que no es tan grave,
ni merece tanto la
pena. Decía BXVI
sobre la cuaresma de este año: «La fe es conocer la verdad
y adherirse a ella; la caridad es “cami- nar" en la verdad. Con la fe se
entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta
amistad». Queremos cultivar la amistad con el Señor en el camino.
Caminar con Él. Parece sencillo pero nos acostumbramos a ir solos, sin Él. Por
eso nos viene bien escuchar una oración que nos ayuda a introdu-cirnos en el espíritu
de la Cuaresma: «Necesito que me laven los pies, que me preparen un trozo de
madera con el que parezca que estoy abrazando tu cruz. Necesi-to que me inviten
“a no cenar” una noche para tomar conciencia de tantos hijos tuyos que siguen
muriendo de hambre. Necesito vivir un gran problema para darme cuenta de que un
imprevisto no es el fin del mundo. Necesito hacer silencio, un hueco en mi
vida para encontrarme
contigo. Que sea capaz de esperarte con mi corazón y mis manos rebosantes de
esperanza y confianza».Así queremos caminar con Jesús, cultivar el trato de amistad
con Él, crecer en la conciencia de que somos suyos, sólo suyos.
Recorrer la Cuaresma
y caminar con Jesús que sufre bajo el peso de la cruz, es una escuela para la
vida.
¡Qué importante saber cuidar y acompañar a Cristo en los hombres, en el dolor
de la enfermedad, en el desierto del dolor! Es el desafío de llevar paz y
consuelo a tantos que padecen en silencio su enfermedad, sufren y viven sin
esperanza. Decía el beato Juan Pablo II:
«En la
1 Carlo Carretto, “Cartas del desierto”, 58-59
aceptación amorosa y generosa
de toda vida humana, sobre todo si es débil o enfer-ma, la Iglesia vive hoy un
momento fundamental de su misión»2. El dolor se puede
llevar con paz o puede provocar el rechazo y la rebeldía. Por eso
nos gustaría pedir siempre: «No le pido no sufrir, sino saber sufrir». Tal vez nuestra vida
consis- ta en eso, en aprender a sufrir, en convivir con el dolor y aceptar la
soledad y el silencio de la cruz fría sobre los hombros. Ese madero que pesa
más de lo que creemos que podremos soportar. Decía BXVI en el día mundial de los enfer-mos, el 11 febrero: «Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a
través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada
día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido
en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y
no tenga recursos». Y
añadía: «Lo que cura al hombre
no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de
aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante
la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito»3. Tenemos una voca-
ción clara: ser buenos samaritanos. Ir por el camino con tiempo para detener-nos
ante el que sufre. Con paciencia en el alma para perder el tiempo con el
hombre. Sin cálculos egoístas. Sin buscar siempre nuestras prioridades. Abier-tos.
Con el corazón atento para consolar. Aunque no nos resulte tan fácil. En el que
sufre miramos a Cristo sufrir. En el necesitado Cristo es menesteroso y
busca nuestra mano
abierta y llena. No podemos dejar de mirar la vida preguntándonos dónde se
requiere con más necesidad nuestra presencia como consuelo.
La tentación es
parte de nuestra vida. Hoy, en el desierto, vemos a Jesús tentado: «En aquel tiempo, Jesús,
lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el
Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre». Hoy queremos
acompañar a Cristo hasta el desierto de nuestra vida interior. Queremos, en el
silencio, acompañarle en la sed y en el hambre que padece. Y nos sentimos
identificados con Él, porque también nosotros padecemos hambre y sed y somos tentados.
Decía BXVI: «Mateo y Lucas hablan de tres
tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su
misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta
verdaderamente en la vida humana»4. Son las tentaciones
que nos tocan a todos. Así lo explica: «Poner orden en nuestro mundo
por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias
capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales,
y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza
de muchas maneras»5. Es la misma
tentación que todos sufrimos. La tentación de dejar de lado a Dios y no contar
con Él. La de vivir lejos de su presencia y construir nuestra vida dándole la espalda. No es tan
sencillo vencer las tentaciones. Jesús está lleno del Espíritu Santo. Desciende
desde el Jordán al desierto buscando la soledad. Necesita
apartarse de los ruidos, de la vida llena de inquietudes. Y en la soledad es
tentado. La tentación, como dice BXVI,
«finge
mostrarnos lo mejor. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Las cosas de Dios
parecen irreales»6. Necesitamos el
Espíritu para luchar. El Demonio nos quiere mostrar como real el mundo que
vemos y tocamos. Y nos hace despreciar ese mundo de Dios que apenas intuimos.
Las tentaciones
2 Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici,
38
3 Benedicto XVI, “Spes Salvi”, 37
4 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 52
5 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 52
6 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 53
siempre van a estar
presentes. Nos muestran el valor de lo que no tenemos. Nos tientan con aquello
que el corazón parece anhelar como un don definitivo. Nos apartan del camino y
nos hacen dudar del valor del amor, de la bondad y del deseo de dar la vida. Pero
podemos, como Cristo, resistir la tentación y no caer.
La primera gran
tentación tiene que ver con el placer. Con esa hambre que quita la paz: «Entonces el diablo le
dijo: - Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús
le contestó: - Está escrito: - No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios». No sólo de pan vivimos aunque muchas veces nos parece lo
más importante. Nos fijamos en lo que nos ali-menta, buscamos el placer y la comodidad. Esta
tentación comienza poniendo en tela de juicio su filiación divina: «Si eres Hijo de Dios». Cuestiona su poder.
Le invita, como el ladrón que acompaña a Jesús en la cruz, a mostrar su poder.
Muchas veces en la
vida el hombre cuestiona el poder de Dios. Ante la enfer-medad, ante la muerte. Si Dios
tiene poder, ¿por qué no lo usa? ¿Por qué no acaba con el mal en el mundo, con
la lacra de la enfermedad, con el dolor de la pérdida? ¿Por qué no se muestra todopoderoso
ese Dios que, en teoría, lo puede todo? Faltan signos visibles de su poder. Un poder
que se manifiesta como impotencia y debilidad en la cruz. El poder del Hijo
de Dios que acepta sufrir hambre. Porque no vivimos sólo de pan. Vivimos de la Palabra de Dios.
¿Es cierto? Dudamos.
Aunque hoy escuchamos: «La palabra esta cerca de ti: la tienes en los labios y en el
corazón. Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos. Porque si tus labios
profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te
salvaras. Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de
los labios, a la
salvación. Nadie que cree en él quedará defraudado. Pues todo
el que invoca el nombre del Señor se salvará». Rom 10, 8-13. La Palabra de Dios nos salva La
Palabra tiene una fuerza creadora en el hombre. Transforma el corazón cuando
somos capaces de recibirla con el alma encendida y alegre. La Palabra que se
hace vida al ser escuchada en el corazón. Jesús nos invita a ser firmes en
nuestra fe. Nos pide que seamos fuertes y recios. No quiere que nos deje-mos
llevar por los deseos sin ninguna disciplina: «Portarse bien conmigo mismo no es hacer
todo lo que me venga en gana. Pues en este caso llegaré a depender por completo
de mis deseos y necesidades. El que pretende satisfacer inmediatamente sus
necesidades es imposible que crezca. Nunca formará un yo realmente sólido. En
este sentido la ascesis como
renuncia, por ejemplo como ayuno, es algo bueno para el hombre»7. La Iglesia nos invita a ayunar
para fortalecer el espíritu, para que no nos aburguesemos en la entrega. Decía el P.
Kentenich: «Jesús colocó al heroísmo en la raíz misma del cristianismo. Es una
religión de heroísmo, no de hartura burguesa. Hay situaciones en las cuales
cada cristiano o es un héroe o no puede seguir siendo cristiano. El héroe es el
santo de la vida diaria, el que en medio de
la simple cotidianidad modela
su vida a partir de un gran espíritu de amor»8. El seguir a Cristo nos
invita a ser radicales en nuestro seguimiento. Podemos dejarnos llevar. Podemos
excusarnos y justificar nuestra molicie. Pero la Cuaresma siempre de nuevo es
una invitación a volver a lo esencial. Vivimos a partir de la palabra de Dios. Y esta
gran verdad se nos olvida. Por eso descuidamos lo que es prioritario.
La segunda tentación
hace referencia al poseer: «Después, llevándole a lo alto, el diablo
le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: - Te daré el
7 Anselm Grünn, “Portarse bien con uno mismo”, 82
8 J. Kentenich, "Niños ante Dios", 343. 345
poder y la gloria de todo eso, porque a
mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero.
Si tú te arrodillas delante
de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: - Está escrito: - Al Señor, tu Dios,
adorarás y a él solo darás culto». ¿A quién adoramos? A nuestro
Señor, quisiéramos decir. Pero muchas veces hemos puesto nuestra confianza en
el dinero, en los bienes, en lo que nos da seguridad. Buscamos egoístamen-
te nuestra comodidad
y nuestra paz. Decía el P. Kentenich: «Cuanto más madu-ros seamos
tanto más tenemos que eliminar la búsqueda consciente y directa de cobi-
jamiento y descanso. Si buscamos a Dios desinteresadamente el descanso, la felici-dad
y el cobijamiento surgirán espontáneamente»9. Deseamos poseer lo
que no tenemos. Envidiamos a los que más poseen. La rabia se despierta contra
los que más tienen. Seguimos viviendo como si fuéramos más por tener más. Nos
aferramos a las expectativas que la vida nos presenta. Vivimos como ciudada-nos
de este mundo olvidando que somos ciudadanos del cielo. La Cuaresma es una invitación
a la generosidad, a ser desprendidos, a poseer sin apropiar-nos, a tener bienes
para entregarlos. La limosna es el camino de santidad al que se nos invita. En
esta época de crisis necesitamos volver la mirada hacia el que más sufre, hacia
el que menos tiene.
La tercera tentación
tiene que ver con el poder: «Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del
templo y le dijo: - Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está
escrito: - Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y también: - Te sos-tendrán
en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le contestó: -
Está mandado: - No tentarás al Señor, tu Dios. Completadas las tentaciones, el
demonio se marchó hasta otra ocasión». Lc 4, 1-13. Una persona que
vuelve a su
trabajo después de
una enfermedad, me comenta cómo ese mundo al que antes adoraba ahora le resulta
extraño. Quizás porque la enfermedad nos hace ver la vida desde otra ventana.
Cambiamos la perspectiva y todo es diferente: «En mi mundo, al que soñaba volver, nada
es ya lo mismo, aunque todo siga exacta-mente como lo dejé. Soy una intrusa en
los equipos de trabajo, en las conversaciones, en las risas. Busco desesperada
el brillo que me cegaba, esa promesa que me hacia avanzar eufórica y confiada.
Y no la encuentro.
Nada es firme, ni bueno, ni creíble, ni
verdad. Todo parece un juego.
Todo se acaba. Quiero ser una más, ocupada y preo-cupada por lo de siempre.
¡Qué difícil! No terminé de marcharme y ahora no consigo volver. Como si me
hubiera vuelto de otra especie, incompatible con la humanidad».
Esta descripción
muestra la tensión que debería vivir todo cristiano al confron-tarse con el
mundo y sus deseos. En ese mundo en que se lleva. El poder nos tienta
continuamente. No hay nada más doloroso para el hombre que perder su poder.
Perder paulatinamente las capacidades físicas, la entereza, la fuerza, es un
proceso ineludible pero temido. No queremos ser débiles. Nos atrae con una
fuerza infinita el deseo de poderlo todo. Creemos en nuestra capacidad y mira-mos
confiados el futuro. Hasta que fracasamos y comenzamos a flaquear. No
quisiéramos entonces tentar a Dios. Queremos poner nuestra vida en sus manos y
confiar. Quisiéramos dejarnos llevar impotentes por su poder. Si no nos mostramos
débiles, Él no podrá mostrar su poder con nosotros. Necesita-mos en esta
Cuaresma volver la mirada hacia Dios y orar en el camino: Él nos dará su
poder en nuestra debilidad.
Con palabras
conmovedoras anunció Benedicto XVI la decisión tomada en presencia de Dios de
dejar la conducción de la Iglesia: «Para gobernar la barca de San Pedro y
anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del
cuerpo como del espíritu,
vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal
9 J. Kentenich, "Niños ante Dios", 336
forma que he de reconocer mi
incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue
encomendado». Sobre esta decisión
se ha escrito mucho en estos días, todos opinan. Nos encanta opinar de todo y
tenemos opinión sobre todos los temas
posibles. Para no
quedarnos atrás. Para que el mundo sepa lo que pensamos. Es así que muchos han
comparado esta decisión con la
de Juan Pablo II. Como
dando a entender que si una es correcta la otra no lo fue o al revés. ¡Qué
difícil opinar sobre una decisión tomada en el corazón de un hombre puesto de
rodillas ante Dios! Se ha dicho que la decisión de Juan Pablo II fue
una decisión por el
martirio y la de BXVI una decisión pensando en la
conducción de la Iglesia. La verdad es
que encuentro que las dos decisiones son igual de heroicas. Al fin y al cabo lo
realmente difícil en la vida es saber lo que Dios nos pide y decirle entonces
que sí. Eso sí que es heroico. Lo demás, las consecuencias derivadas de nuestra
decisión, entonces ya importan menos, porque hemos puesto nuestra vida en manos
de Dios y nos hemos abandona-do. ¡Cómo juzgar una decisión tomada en conciencia
y en libertad ante Dios! Eso nos habla de la altura espiritual de nuestro Papa
y nos hace mirarle con respeto y admiración. Queremos aprender a vivir así. Queremos
ser capaces
de tomar decisiones
importantes en Dios sin pensar tanto en lo que puedan opinar otros.
Al mismo tiempo nos
impresiona que decidió renunciar pidiendo perdón: «Pido perdón por todos mis defectos». ¡Cuánto nos cuesta
pedir perdón recono-ciendo nuestros errores y debilidades públicamente!
Tratamos de protegernos y ocultar la debilidad. Hoy en día presenciamos acusaciones
públicas constantes. Y siempre escuchamos lo mismo: nadie tiene culpa de nada,
nadie sabía lo que hacían otros con sus decisiones, nadie se hace responsable
de su culpa. Nadie responde, nadie dimite, nadie renuncia al poder. Así es fácil
actuar cuando no pensamos responder de nuestros actos. El Papa ha pedido
perdón. No ahora, ya lo hizo antes en nombre de la Iglesia. Cuesta
pedir perdón asumiendo la culpa y no buscando culpables fuera. Es un gesto de
humildad que debería llevarnos a todos a ser más sinceros y veraces. En la
humilde petición de perdón se encuentra el camino de nuestra salvación. Una
persona comentaba: «No deja de causar dolor el alejamiento de este Papa que vivió su
pontificado humildemente, de cara a la verdad y preocupado por la fe su pueblo». Humildad, verdad y
fe, son tres rasgos que definen su vida. Pero, ¡qué difícil parece
renunciar hoy a un cargo cuando uno ya no tiene las capacidades suficientes
para seguir desempeñándolo honestamente! El corazón humano se aferra al poder
con ansias y no quiere renunciar. BXVI
nos ha impresionado a todos por su honestidad y valor. El corazón es tentado
por el poder. Y una vez en el poder, acomodados en nuestro estado, no queremos
cambiar, no queremos renunciar, nos
acostumbramos a un tipo de vida y nos creemos imprescindibles. Es necesario que seamos más libres de lo
que nos ata al poder.
(*) Homilia del Padre Carlos Padilla Esteban, sacerdote que pertenece
al Instituto Secular Padres de Schoenstatt, nació el 2 de Mayo de 1966 en
Madrid. Fue ordenado sacerdote el 17 de Abril de 1999 en Madrid. Es
licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Bachiller en
Teología por la Universidad Católica de Chile. Durante 7 años fue asesor de
la Juventud Masculina del Movimiento de Schoenstatt en Madrid y en
Barcelona. En estos momentos, y desde hace 4 años, es asesor de la Liga
apostólica de Matrimonios de Madrid y Cataluña. Por otra parte, es Director
Nacional del Movimiento en España y asistente de la Federación de
Matrimonios en España
Para pedir las prédicas vía mail
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