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miércoles, 20 de febrero de 2013

Homilia del I Domingo Cuaresma - Padre Carlos Padilla Esteban


I Domingo Cuaresma

Deut. 26,4-10; Rom 10, 8-13; Lc 6, 17. 20-26



«Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días,

el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo»



17 Febrero 2013 P. Carlos Padilla Esteban (*)



«Cuando somos pacientes comprendemos que las horas son una oportunidad para vivir.

Aprendemos a mirar con misericordia nuestros propios errores y los de los demás»



P. Carlos Padilla Esteban
¡Qué difícil ser pacientes en este mundo que va tan rápido! Vivimos siem- pre con prisas deseando que las cosas resulten cuando y como queremos; que el autobús llegue cuando lo esperamos, que nos atiendan en seguida en lugar de tener que esperar una larga cola, que los cambios necesarios tengan lugar lo antes posible. La palabra «paciente» la utilizamos para designar a los enfer-mos. Porque lo primero que exige vivir con una enfermedad es tener paciencia con vida, con los médicos, con los análisis y decisiones, con las largas colas de hospital. Recuerdo la vida de Estanis, un joven de cincuenta años recientemen-te fallecido. Nació con parálisis cerebral pero pudo llevar una vida casi normal. Estudió dos carreras y pudo trabajar. Al final de su vida su cuerpo se fue dete-riorando y quedó recluido en su silla de ruedas en casa. En la soledad de su vida vivía unido a Cristo en la cruz y a María a través de la Alianza de Amor en el Santuario. Ha sido un testimonio de santidad para todos. Un amigo decía de él: «Estanis el impaciente, aprendió por necesidad a ser paciente. El necesitaba más tiempo que los demás para hablar, para escuchar, para caminar, para comer, para manejar un bolígrafo. Todo para él requería más tiempo. Si uno conocía a Estanis bien, le podría parecer imposible que haya llevado estos últimos años de su vida sin rebelarse, sin quejarse, dejándose hacer, callando y aceptando lo que quienes le quieren y le han cuidado, decidían para él». Era inquieto e impaciente por tempe-ramento. La enfermedad hizo que aprendiera a ser paciente. Cuando pienso en su vida pienso en todo lo que deberíamos aprender de él. De su generosidad y de su entrega. De su firmeza y reciedumbre en las dificultades. De su humildad y de su capacidad para sufrir con paciencia. Esa paciencia que tantas veces nos falta. Esa paciencia que nos enseña a confiar en Dios que nos conduce. Cuando somos pacientes comprendemos que el tiempo es relativo. Que todo pasa y todo llega. Que las horas son una oportunidad para vivir. Aprendemos así a ser más pacientes con nuestros errores y con los de los demás. A mirar con misericordia el corazón del hombre. Aprendemos a esperar sin enfadarnos con las impuntualidades. Aprendemos así a creer que el tiempo puede traer cambios en los corazones de los hombres.



Con paciencia queremos recorrer los cuarenta días de esta cuaresma. Al comenzar nos parecen muchos. Queremos ya vivir la Pascua y contemplar a Cristo resucitado. Nos molesta tener que recorrer el camino del desierto y acompañarle en los días de la Pasión. Con el paso de los días, sin embargo, sentiremos que el tiempo se nos escapa de las manos. Sabemos que los enfer-mos lo que siempre tienen es tiempo, es lo que les sobra. A los que tenemos

salud siempre nos falta tiempo para todo. Quisiéramos aprender a vivir disfru-

tando el tiempo, sin prisas, sin tener que correr de un lado a otro. El tiempo de

cuaresma nos obliga a detenernos. ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?

¿Dónde nos encontramos? Escuchamos en nuestro interior: «Detente y busca a

Dios en el corazón». Y lo hacemos para buscar su querer, ese deseo de Dios para nuestra vida. Respondemos con las palabras del salmo:«Acompáñame, Señor, en la tribulación. Tú que habitas al amparo del Altísimo di al Señor: - Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti. No se te acercará la desgracia, ni la plaga lle-gará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; cami- naras sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré». Sal 90,1-2.10-11.12-13.14-15. En el Señor queremos descansar por el desierto de esta cuaresma. No tentamos a Dios. Confiamos. La ceniza que hemos recibido nos recuerda que somos polvo y que volveremos al polvo. Nos hace tomar conciencia de lo rápido que pasa el tiempo. No somos nada. Y somos todo. No importa nada y claro que importa lo que hacemos con nuestra vida. Es necesario que Dios convierta nuestro cora-zón. No da todo igual. La ceniza nos recuerda que lo esencial pasa desaperci- bido a los ojos y sólo se ve con el corazón. La ceniza no es nada y lo es todo. Es el recuerdo imborrable del amor de Dios. Su bendición. Porque el Señor ama nuestra nada. Se entrega por el polvo que volveremos a ser y nos ama soñando con nuestra vida eterna.



La Cuaresma es un tiempo propicio para dar un salto de fe y cambiar de vida. Y es que nos viene bien que haya algún cambio. No basta con pasar un paño quitando el polvo de la superficie. Es necesaria una limpieza más profun- da del alma. Nos hace falta movernos porque con frecuencia nos dormimos. El primer paso para dar el salto de fe «es purificar el amor que a través de la cruz se vuelve verdadero, auténtico, puro»1. Por eso caminamos por el camino de la Cuaresma. Para encontrarnos con el Señor llevando la cruz a cuestas, sobre

sus hombros, con el dolor del cansancio y el desprecio en el alma. La cruz purifica, sí, nos hace más conscientes de lo importante y nos permite desechar lo que no es tan grave, ni merece tanto la pena. Decía BXVI sobre la cuaresma de este año: «La fe es conocer la verdad y adherirse a ella; la caridad es “cami- nar" en la verdad. Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad». Queremos cultivar la amistad con el Señor en el camino. Caminar con Él. Parece sencillo pero nos acostumbramos a ir solos, sin Él. Por eso nos viene bien escuchar una oración que nos ayuda a introdu-cirnos en el espíritu de la Cuaresma: «Necesito que me laven los pies, que me preparen un trozo de madera con el que parezca que estoy abrazando tu cruz. Necesi-to que me inviten “a no cenar” una noche para tomar conciencia de tantos hijos tuyos que siguen muriendo de hambre. Necesito vivir un gran problema para darme cuenta de que un imprevisto no es el fin del mundo. Necesito hacer silencio, un hueco en mi

vida para encontrarme contigo. Que sea capaz de esperarte con mi corazón y mis manos rebosantes de esperanza y confianza».Así queremos caminar con Jesús, cultivar el trato de amistad con Él, crecer en la conciencia de que somos suyos, sólo suyos.



Recorrer la Cuaresma y caminar con Jesús que sufre bajo el peso de la cruz, es una escuela para la vida. ¡Qué importante saber cuidar y acompañar a Cristo en los hombres, en el dolor de la enfermedad, en el desierto del dolor! Es el desafío de llevar paz y consuelo a tantos que padecen en silencio su enfermedad, sufren y viven sin esperanza. Decía el beato Juan Pablo II: «En la



1 Carlo Carretto, “Cartas del desierto”, 58-59

aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enfer-ma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión»2. El dolor se puede

llevar con paz o puede provocar el rechazo y la rebeldía. Por eso nos gustaría pedir siempre: «No le pido no sufrir, sino saber sufrir». Tal vez nuestra vida consis- ta en eso, en aprender a sufrir, en convivir con el dolor y aceptar la soledad y el silencio de la cruz fría sobre los hombros. Ese madero que pesa más de lo que creemos que podremos soportar. Decía BXVI en el día mundial de los enfer-mos, el 11 febrero: «Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos». Y

añadía: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito»3. Tenemos una voca- ción clara: ser buenos samaritanos. Ir por el camino con tiempo para detener-nos ante el que sufre. Con paciencia en el alma para perder el tiempo con el hombre. Sin cálculos egoístas. Sin buscar siempre nuestras prioridades. Abier-tos. Con el corazón atento para consolar. Aunque no nos resulte tan fácil. En el que sufre miramos a Cristo sufrir. En el necesitado Cristo es menesteroso y

busca nuestra mano abierta y llena. No podemos dejar de mirar la vida preguntándonos dónde se requiere con más necesidad nuestra presencia como consuelo.



La tentación es parte de nuestra vida. Hoy, en el desierto, vemos a Jesús tentado: «En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre». Hoy queremos acompañar a Cristo hasta el desierto de nuestra vida interior. Queremos, en el silencio, acompañarle en la sed y en el hambre que padece. Y nos sentimos identificados con Él, porque también nosotros padecemos hambre y sed y somos tentados. Decía BXVI: «Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana»4. Son las tentaciones que nos tocan a todos. Así lo explica: «Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras»5. Es la misma tentación que todos sufrimos. La tentación de dejar de lado a Dios y no contar con Él. La de vivir lejos de su presencia y construir nuestra vida dándole la espalda. No es tan sencillo vencer las tentaciones. Jesús está lleno del Espíritu Santo. Desciende desde el Jordán al desierto buscando la soledad. Necesita apartarse de los ruidos, de la vida llena de inquietudes. Y en la soledad es tentado. La tentación, como dice BXVI, «finge mostrarnos lo mejor. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Las cosas de Dios parecen irreales»6. Necesitamos el Espíritu para luchar. El Demonio nos quiere mostrar como real el mundo que vemos y tocamos. Y nos hace despreciar ese mundo de Dios que apenas intuimos. Las tentaciones



2 Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 38

3 Benedicto XVI, “Spes Salvi”, 37

4 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 52

5 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 52

6 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 53

siempre van a estar presentes. Nos muestran el valor de lo que no tenemos. Nos tientan con aquello que el corazón parece anhelar como un don definitivo. Nos apartan del camino y nos hacen dudar del valor del amor, de la bondad y del deseo de dar la vida. Pero podemos, como Cristo, resistir la tentación y no caer.



La primera gran tentación tiene que ver con el placer. Con esa hambre que quita la paz: «Entonces el diablo le dijo: - Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: - Está escrito: - No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». No sólo de pan vivimos aunque muchas veces nos parece lo más importante. Nos fijamos en lo que nos ali-menta, buscamos el placer y la comodidad. Esta tentación comienza poniendo en tela de juicio su filiación divina: «Si eres Hijo de Dios». Cuestiona su poder. Le invita, como el ladrón que acompaña a Jesús en la cruz, a mostrar su poder.

Muchas veces en la vida el hombre cuestiona el poder de Dios. Ante la enfer-medad, ante la muerte. Si Dios tiene poder, ¿por qué no lo usa? ¿Por qué no acaba con el mal en el mundo, con la lacra de la enfermedad, con el dolor de la pérdida? ¿Por qué no se muestra todopoderoso ese Dios que, en teoría, lo puede todo? Faltan signos visibles de su poder. Un poder que se manifiesta como impotencia y debilidad en la cruz. El poder del Hijo de Dios que acepta sufrir hambre. Porque no vivimos sólo de pan. Vivimos de la Palabra de Dios.

¿Es cierto? Dudamos. Aunque hoy escuchamos: «La palabra esta cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos. Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvaras. Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación. Nadie que cree en él quedará defraudado. Pues todo el que invoca el nombre del Señor se salvará». Rom 10, 8-13. La Palabra de Dios nos salva La Palabra tiene una fuerza creadora en el hombre. Transforma el corazón cuando somos capaces de recibirla con el alma encendida y alegre. La Palabra que se hace vida al ser escuchada en el corazón. Jesús nos invita a ser firmes en nuestra fe. Nos pide que seamos fuertes y recios. No quiere que nos deje-mos llevar por los deseos sin ninguna disciplina: «Portarse bien conmigo mismo no es hacer todo lo que me venga en gana. Pues en este caso llegaré a depender por completo de mis deseos y necesidades. El que pretende satisfacer inmediatamente sus necesidades es imposible que crezca. Nunca formará un yo realmente sólido. En

este sentido la ascesis como renuncia, por ejemplo como ayuno, es algo bueno para el hombre»7. La Iglesia nos invita a ayunar para fortalecer el espíritu, para que no nos aburguesemos en la entrega. Decía el P. Kentenich: «Jesús colocó al heroísmo en la raíz misma del cristianismo. Es una religión de heroísmo, no de hartura burguesa. Hay situaciones en las cuales cada cristiano o es un héroe o no puede seguir siendo cristiano. El héroe es el santo de la vida diaria, el que en medio de

la simple cotidianidad modela su vida a partir de un gran espíritu de amor»8. El seguir a Cristo nos invita a ser radicales en nuestro seguimiento. Podemos dejarnos llevar. Podemos excusarnos y justificar nuestra molicie. Pero la Cuaresma siempre de nuevo es una invitación a volver a lo esencial. Vivimos a partir de la palabra de Dios. Y esta gran verdad se nos olvida. Por eso descuidamos lo que es prioritario.



La segunda tentación hace referencia al poseer: «Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: - Te daré el



7 Anselm Grünn, “Portarse bien con uno mismo”, 82

8 J. Kentenich, "Niños ante Dios", 343. 345

poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero.

Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: - Está escrito: - Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto». ¿A quién adoramos? A nuestro Señor, quisiéramos decir. Pero muchas veces hemos puesto nuestra confianza en el dinero, en los bienes, en lo que nos da seguridad. Buscamos egoístamen-

te nuestra comodidad y nuestra paz. Decía el P. Kentenich: «Cuanto más madu-ros seamos tanto más tenemos que eliminar la búsqueda consciente y directa de cobi- jamiento y descanso. Si buscamos a Dios desinteresadamente el descanso, la felici-dad y el cobijamiento surgirán espontáneamente»9. Deseamos poseer lo que no tenemos. Envidiamos a los que más poseen. La rabia se despierta contra los que más tienen. Seguimos viviendo como si fuéramos más por tener más. Nos aferramos a las expectativas que la vida nos presenta. Vivimos como ciudada-nos de este mundo olvidando que somos ciudadanos del cielo. La Cuaresma es una invitación a la generosidad, a ser desprendidos, a poseer sin apropiar-nos, a tener bienes para entregarlos. La limosna es el camino de santidad al que se nos invita. En esta época de crisis necesitamos volver la mirada hacia el que más sufre, hacia el que menos tiene.



La tercera tentación tiene que ver con el poder: «Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: - Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: - Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y también: - Te sos-tendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le contestó: - Está mandado: - No tentarás al Señor, tu Dios. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión». Lc 4, 1-13. Una persona que vuelve a su

trabajo después de una enfermedad, me comenta cómo ese mundo al que antes adoraba ahora le resulta extraño. Quizás porque la enfermedad nos hace ver la vida desde otra ventana. Cambiamos la perspectiva y todo es diferente: «En mi mundo, al que soñaba volver, nada es ya lo mismo, aunque todo siga exacta-mente como lo dejé. Soy una intrusa en los equipos de trabajo, en las conversaciones, en las risas. Busco desesperada el brillo que me cegaba, esa promesa que me hacia avanzar eufórica y confiada. Y no la encuentro. Nada es firme, ni bueno, ni creíble, ni

verdad. Todo parece un juego. Todo se acaba. Quiero ser una más, ocupada y preo-cupada por lo de siempre. ¡Qué difícil! No terminé de marcharme y ahora no consigo volver. Como si me hubiera vuelto de otra especie, incompatible con la humanidad».

Esta descripción muestra la tensión que debería vivir todo cristiano al confron-tarse con el mundo y sus deseos. En ese mundo en que se lleva. El poder nos tienta continuamente. No hay nada más doloroso para el hombre que perder su poder. Perder paulatinamente las capacidades físicas, la entereza, la fuerza, es un proceso ineludible pero temido. No queremos ser débiles. Nos atrae con una fuerza infinita el deseo de poderlo todo. Creemos en nuestra capacidad y mira-mos confiados el futuro. Hasta que fracasamos y comenzamos a flaquear. No quisiéramos entonces tentar a Dios. Queremos poner nuestra vida en sus manos y confiar. Quisiéramos dejarnos llevar impotentes por su poder. Si no nos mostramos débiles, Él no podrá mostrar su poder con nosotros. Necesita-mos en esta Cuaresma volver la mirada hacia Dios y orar en el camino: Él nos dará su poder en nuestra debilidad.



Con palabras conmovedoras anunció Benedicto XVI la decisión tomada en presencia de Dios de dejar la conducción de la Iglesia: «Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del

cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal



9 J. Kentenich, "Niños ante Dios", 336

forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue

encomendado». Sobre esta decisión se ha escrito mucho en estos días, todos opinan. Nos encanta opinar de todo y tenemos opinión sobre todos los temas

posibles. Para no quedarnos atrás. Para que el mundo sepa lo que pensamos. Es así que muchos han comparado esta decisión con la de Juan Pablo II.  Como dando a entender que si una es correcta la otra no lo fue o al revés. ¡Qué difícil opinar sobre una decisión tomada en el corazón de un hombre puesto de rodillas ante Dios! Se ha dicho que la decisión de Juan Pablo II fue

una decisión por el martirio y la de BXVI una decisión pensando en la

conducción de la Iglesia. La verdad es que encuentro que las dos decisiones son igual de heroicas. Al fin y al cabo lo realmente difícil en la vida es saber lo que Dios nos pide y decirle entonces que sí. Eso sí que es heroico. Lo demás, las consecuencias derivadas de nuestra decisión, entonces ya importan menos, porque hemos puesto nuestra vida en manos de Dios y nos hemos abandona-do. ¡Cómo juzgar una decisión tomada en conciencia y en libertad ante Dios! Eso nos habla de la altura espiritual de nuestro Papa y nos hace mirarle con respeto y admiración. Queremos aprender a vivir así. Queremos ser capaces

de tomar decisiones importantes en Dios sin pensar tanto en lo que puedan opinar otros.



Al mismo tiempo nos impresiona que decidió renunciar pidiendo perdón: «Pido perdón por todos mis defectos». ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón recono-ciendo nuestros errores y debilidades públicamente! Tratamos de protegernos y ocultar la debilidad. Hoy en día presenciamos acusaciones públicas constantes. Y siempre escuchamos lo mismo: nadie tiene culpa de nada, nadie sabía lo que hacían otros con sus decisiones, nadie se hace responsable de su culpa. Nadie responde, nadie dimite, nadie renuncia al poder. Así es fácil actuar cuando no pensamos responder de nuestros actos. El Papa ha pedido perdón. No ahora, ya lo hizo antes en nombre de la Iglesia. Cuesta pedir perdón asumiendo la culpa y no buscando culpables fuera. Es un gesto de humildad que debería llevarnos a todos a ser más sinceros y veraces. En la humilde petición de perdón se encuentra el camino de nuestra salvación. Una persona comentaba: «No deja de causar dolor el alejamiento de este Papa que vivió su pontificado humildemente, de cara a la verdad y preocupado por la fe su pueblo». Humildad, verdad y fe, son tres rasgos que definen su vida. Pero, ¡qué difícil parece renunciar hoy a un cargo cuando uno ya no tiene las capacidades suficientes para seguir desempeñándolo honestamente! El corazón humano se aferra al poder con ansias y no quiere renunciar. BXVI nos ha impresionado a todos por su honestidad y valor. El corazón es tentado por el poder. Y una vez en el poder, acomodados en nuestro estado, no queremos cambiar, no queremos  renunciar, nos acostumbramos a un tipo de vida y nos creemos imprescindibles.  Es necesario que seamos más libres de lo que nos ata al poder.



(*) Homilia del Padre Carlos Padilla Esteban, sacerdote que pertenece al Instituto Secular Padres de Schoenstatt, nació el 2 de Mayo de 1966 en Madrid. Fue ordenado sacerdote el 17 de Abril de 1999 en Madrid. Es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Bachiller en Teología por la Universidad Católica de Chile. Durante 7 años fue asesor de la Juventud Masculina del Movimiento de Schoenstatt en Madrid y en Barcelona. En estos momentos, y desde hace 4 años, es asesor de la Liga apostólica de Matrimonios de Madrid y Cataluña. Por otra parte, es Director Nacional del Movimiento en España y asistente de la Federación de Matrimonios en España
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